28.11.13

El mito del amor romántico




Cuando decidimos vivir en pareja no tenemos ni idea del periplo en el que nos embarcamos. Nos dejamos llevar por el enamoramiento y construimos la relación en base a esa sintonía inicial, ese atractivo físico y psíquico que nos mantiene unidos casi sin que intervenga nuestra voluntad. Estamos juntos, porque juntos nos sentimos mejor que separados, y no deseamos otra cosa que mantener esa sensación. Esa sensación tiene fecha de caducidad, y ésta llega antes cuantos más problemas personales tenga cada miembro por resolver. No existen problemas de pareja. Existen problemas personales, que se manifiestan en la pareja porque estamos en pareja, pero se manifestarían en cualquier otro ámbito, si no viviésemos en pareja.



Una vez caduca el plazo de enamoramiento o sufre una rebaja importante en intensidad, a base de desencuentros, decepciones, errores, y rutinas que anestesian ese sentimiento y muchas cosas más, nos asaltan las dudas. ¿Me habré equivocado? ¿Qué le vi yo a este tipo para quererlo tanto? ¿Qué me ha pasado para haber dejado de sentir? ¿En qué recodo del camino se me quedó la ilusión, las ganas de construir juntos el futuro, las ganas de transmitir a los niños la solidez de nuestro amor? Y de inmediato asoma la nariz una necesidad o exigencia: Yo quiero ser feliz, quiero amar y sentirme amada. Tengo derecho.


Buscas las razones de la distancia que se ha ido creando y te parece que fue una decepción un día, un desencuentro otro día, la falta de acuerdo en tal tema, la disparidad de criterios en este otro, aquella situación embarazosa que no supisteis resolver. Pero si eres sincera, una de las causas más decisivas del enfriamiento es haber dado por sentado que la planta de la pareja crece sola, que no requiere cuidados. La frágil plantita que es la pareja humana requiere cuidados regulares, y, de vez en cuando, atención especial. Con frecuencia la llegada de los hijos hace que la pareja quede en segundo término, pues las exigencias del bebé son prioritarias y luego se perpetúan en el niño hasta muy tarde. Resulta que ha aparecido una pieza nueva en el puzle y al tener que encajarla sí o sí, se nos ha descuajeringado el resto. Hace falta una paciencia infinita para volver a montar el puzle sin que chirríen las piezas. Una gran comprensión de cómo la energía que teníamos solo para nosotros dos, ahora la compartimos con más destinatarios, que además dependen de nosotros para sobrevivir. Porque de lo contrario, entramos en la dolorosa experiencia de la soledad en pareja



¿Qué sentía a su lado cuando empezamos? Ilusión, unión, fusión. ¿Qué siento una vez pasado el periodo de fusión? Soledad. Y , paradójicamente, ese es el momento ideal para empezar a querernos de verdad, con mayúsculas, incondicionalmente. Aceptando la fragilidad de nuestro amor y de cada uno de nosotros. Querer al otro por lo que es, no por lo que me reporta. Empezarlo a conocer de verdad, no tras el velo del enamoramiento primero, que es una proyección de lo que deseamos, sino partiendo de su ser verdadero. En este proceso, empieza el trabajo de aceptación y se inicia el segundo enamoramiento. Estás con la persona de siempre, pero te enamoras de otros aspectos de ella que ni siquiera habías intuido que estaban allí. Empiezas a conocerlo como si fuera otra persona. Pero para eso debes perdonarte el haberte engañado a ti misma, perdonarte el haberte permitido sufrir tanto tiempo o simplemente tanto, y mirar con ojos limpios a esta persona, reconociendo que habías llegado a relacionarte con la idea que tenías de él, no con él mismo. Y darte una segunda oportunidad. Cada vez que el otro te decepciona es una oportunidad para quererlo más fijando tu atención en aquello que sacas de ti misma tras la decepción y en lo que aprendes de la experiencia. Al final acabas preguntándote, ¿por qué estoy al lado de esta persona? No porque juntos nos sentimos mejor, sino porque juntos somos mejores tanto el uno como el otro. Nos potenciamos y al superar nuestras diferencias, nos hacemos más personas, más sabios, más entregados. Te das cuenta entonces que el enamoramiento fue solo un gancho para empezar el trabajo de verdad, y que es ahora cuando viene lo real. Dejas de anhelar la felicidad, y sueñas con plenitud. Plenitud es llegar -no solo al final de la vida, sino al final de cada jornada- siendo la mejor versión de ti misma. Y la mejor pareja es aquella que por su forma de ser y los retos que te plantea te lleva a ser esa versión.

24.11.13

Para transformar... primero aceptar



Lo que es, ya es, y no tiene remedio. Ya está siendo, tanto si me gusta como si no. Puede ser el desorden de mi hijo o el de mi compañera de piso o de profesión; puede ser mi propio mal genio o el del vecino; mi incapacidad para ser empática o la de mi pareja. Puede ser el trabajo que estoy realizando o la manera como otra persona lo está desarrollando.

Cuando rechazo algo que no me gusta, le trasmito toda mi energía negativa. Este NO que nace dentro de mí, explícito o tácito, va creciendo y adquiriendo poder. Tal vez por eso me haga sentir poderosa, sobre todo si va acompañado de ira, agresividad, violencia o inflexibilidad. Pero en realidad me somete, me condiciona, me resta soberanía sobre mí misma y sobre la situación. Aunque sea de signo negativo, es energía al fin, y se la transmito a aquello que estoy rechazando y que, consciente o inconscientemente, me la devolverá. Lo quiera o no, seré receptora de esa negatividad que ha salido de mí y se ha multiplicado en el otro, en su intento lícito de defenderse de ella.

Esa misma carga negativa que me viene devuelta es, precisamente, la que me paraliza, bloqueando muchas relaciones y situaciones que de otro modo evolucionarían de manera natural hacia su transformación. Porque el universo es algo vivo y se mueve, y nada es para siempre.

En cambio, si acepto aquello que no me gusta, que me molesta, incluso me repele, o que interfiere en mis planes y reconozco las razones que sustentan esa situación, tengo recursos para manejarla sin bloquearme y por lo tanto para transformarla. Aceptar invita a actuar, no a reaccionar. Acción en lugar de reacción. Positividad en lugar de negatividad. Creación a partir de lo que hay, en lugar de destrucción de todo lo que a mí no me parece bien o no concuerda con mis planes o deseos.

Detrás de cada persona o situación que me cuesta aceptar hay una enseñanza muy útil para mí. Esa molestia, rechazo o ira que me provoca tienen siempre un para qué. Cuanto mayor sea el rechazo, más profunda y enriquecedora la enseñanza. Es un regalo envuelto en un papel horrible, que no invita a abrirlo sino a tirarlo directamente a la basura, bien lejos de mi vista. Pero un regalo al fin.

Cuando acepto algo tan simple como que “lo que es, es”, me libero. ¿De qué? De la necesidad de controlarlo y hacerlo encajar en mis esquemas. ¿Quién dijo que todo el universo exterior a mí, tenía que ser acorde a mi forma de ver las cosas y entenderlas? ¿Quién en su sano juicio cree que su minúsculo cerebro, condicionado además por su genética, su historia, su entorno, sus traumas, puede aspirar a captar la totalidad de la realidad, la universalidad de lo que nos rodea? Lo cierto es que percibo una parte muy pequeña y me creo que es el todo. La percibo absolutamente condicionada por la idea que ya tengo de ella. Como en el cuento de las cuatro personas ciegas a las que colocaron en contacto con un elefante para que entendiesen cómo era aquel animal: el que extendió su mano y tocó la trompa tuvo una experiencia distinta del que se agarró a la cola, y éste a su vez, no podía comparar su idea del elefante con la representación mental que estaba esbozando el que estaba situado en contacto con la panza o del que habían apostado junto a una de las patas. ¿Y qué habría pensado una persona sentada sobre su testuz que hubiese tenido la oportunidad de acariciar sus orejas? Tal vez habría imaginado que eran alas y se habría hecho una idea de ligereza, que al que estaba debajo del animal le habría parecido impensable.

Aceptar que lo que es, es. Aceptar que lo que para mí es de una manera puede ser percibido por otra persona de una forma completamente distinta es abrazar la vida en su totalidad y apostar de entrada por la complementariedad y no por la competitividad.

Aceptar que lo que no me gusta a primera vista, lo que no concuerda, lo que no encaja, puede aportar una mejora radical a mi vida significa prestarse al misterio de las dos caras de todo, arriesgarse a una segunda o tercera lectura de la realidad. Es entonces cuando mi mente se abre y me lanza a salir de mi cueva conocida en pos de un horizonte mucho más amplio, a la altura de la inmensidad de mi ser.

12.11.13

23 maestros, del corazón, Carlos González. Ed. Desclée de Brouwer

Una bocanada de aire fresco. Un signo de esperanza. Una invitación a salir de nuestros esquemas educativos, más aún, de nuestros esquemas de vida, para entrar en un nuevo paradigma en el que se vive desde el corazón. Un ejemplo de lo que es educar desde la primera a la última línea, no teóricamente, sino desde una experiencia concreta y de la que el libro da testimonio. Educar en el sentido más etimológico de la palabra, es decir, sacar de los alumnos lo mejor de sí, sin imponer lo que el que educa considera mejor para ellos.


Todo esto y mucho más es el libro de Carlos González que se atreve a reivindicar la sabiduría del corazón, frente a la hegemonía que se ha atribuido durante siglos a la razón -qué flaco favor nos hizo Descartes-. Admiro su valentía, encuentro belleza en su osadía en primer lugar porque este personaje audaz es profesor de instituto y sus alumnos son adolescentes. Eso significa que está dispuesto a asumir todos los riesgos o el riesgo máximo que es confiar en ellos incondicionalmente y no temer los fracasos porque no existen. Los errores o equivocaciones son simplemente medios para aprender, lecciones que van ampliando nuestro bagaje, nuestra mochila vital. Lecciones que no pesan. Por el contrario, aligeran nuestra existencia, porque todo el peso se descargó en el momento en que supuestamente fracasamos.

Carlos Gonzalez pone patas arriba el paradigma educativo actual y se lanza a la aventura de descubrir y hacer descubrir con creatividad, espíritu científico y mucho amor. Amor incondicional por los alumnos y por la tarea que le corresponde frente a ellos es el factor decisivo para que su misión se complete con éxito, es decir para que los alumnos comprueben la importancia de conocerse y amarse a sí mismos antes de ponerse a conocer otras cosas.

Con profundo afecto, sentido del humor, paciencia, provocación, el profesor los va sacando de la dualidad, del juicio, del ego y los va invitando a entrar en la unicidad de todos con todo, en el respeto y en la experiencia personal de su ser esencial que va mucho más allá del ego y que los hace sentirse plenos y rebosantes de energía para hacer lo que en otro momento les hubiese parecido inalcanzable.

El libro se desarrolla en una aula, pero los aprendizajes sirven para los padres igualmente. Lo importante no es averiguar lo que le conviene al hijo sino sentirlo y dejarse llevar por ello, dice Gonzalez y añade: ¿Cómo pretendo decir lo que le conviene o no a mi hijo sin haber alcanzado mi propia felicidad? Si nos decidimos a conquistarla, no tendremos necesidad de aconsejarles. Nuestro ejemplo les bastará. Se trata de dar luz al otro para que se encuentre a sí mismo no de deslumbrarlo.

Y pone como ejemplo a Benjamin Zander, director de la Filarmónica de Boston que afirma: "Mi trabajo no es dominar a mis músicos, sino despertar las posibilidades que tienen dentro. El poder de un director depende de su habilidad de hacer poderosas a otras personas."

Todo el libro está cuajado de citas muy reveladoras: "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio" (Einstein) dice Gonzalez refiriéndose a los sistemas de defensa de nuestras creencias, que les permiten subsistir basados en el miedo y en los prejuicios. De ahí que "Imposible es siempre el muro de alguna creencia", concluye con acierto.

Esta frase es para mí la síntesis de todo el libro: "La liberación se alcanza abriendo el corazón: yendo a los lugares de nuestra conciencia que no pueden ser dominados por el miedo" que el autor completa con una cita de Anthony de Mello: "En la cárcel del miedo, el prisionero tiene la llave y no lo sabe."

El gran regalo de Carlos Gonzalez a sus alumnos y a sus lectores es hacerles conscientes de esta liberadora verdad y animarlos a actuar en consecuencia.

Por cortesía de la editorial Desclée de Brouwer, el libro puede descargarse gratuitamente de su web .
Más información  en www.ladanzadelavida12.blogspot.com

11.11.13

¡Bienvenid@s al blog!



Inauguro este blog como quien abre una ventana al mundo que da sentido a su vida. Al mundo de las personas que recorren su camino: que respiran, aman, tropiezan, se levantan, dudan, deciden,  se emocionan, crean, destruyen, vibran, mueren, renacen… O no hacen ninguna de estas cosas, y están en su derecho. Nuestra libertad nos permite elegir los verbos que rigen nuestra existencia. Y en esas elecciones, en cada una de ellas, especialmente las más pequeñas, nos jugamos la felicidad. Mejor dicho, la plenitud. La sonrisa de cada día. El sentido de lo que somos y hacemos.

Abro también esta ventana para hacerme visible a un mundo cuyo juicio me atemorizó durante demasiado tiempo. Cuando te expones a la mirada del otro te arriesgas, te defines, y puedes encontrarte con su rechazo o, peor todavía, puedes ser malinterpretada. Pero soy la que soy, y como decía Serrat sobre la verdad, ya no tiene remedio.
Me decía hace poco un amigo: La visibilidad tiene que ver con la responsabilidad. Me hago pues visible, con mis luces y mis sombras, ratificando así mi compromiso con las personas y su bienestar y con la vida. Me comprometo a hacer mi aportación, mi grano de arena, con la esperanza de que muchas personas os animéis a aportar el vuestro y consigamos crear puntos de luz por los que colarnos cuando la oscuridad nos cerque.
Otra buena amiga me dijo, tratando de calmar mi necesidad de hacer: No vayas en busca de la luz, espera a que llegue, como la aurora. Simplemente prepárate para su llegada.
Este blog es también eso: un prepararnos para que cuando llegue la luz que nos tenga que llegar, seamos consecuentes con lo que hemos visto y pasemos a la acción con la dicha de estar siendo quienes hemos venido a ser.

¡¡Bienvenid@s a la VIDA!!


6.11.13

Reconocimientos

" Durante las sesiones de coaching con Marita sale lo mejor de mi misma, lo difícil parece fácil. Y de entre la maraña de miedos e inseguridades, los estratos petrificados de límites inventados se desarticulan y desenredan trazando un camino claro y concreto para ser yo misma con todo el esplendor de lo que siempre ha estado ahí y yo no alcanzaba a ver."  
Ana

" Cansada de analizar el pasado, mi experiencia con el coaching está siendo un proceso revelador a la hora de tomar contacto conmigo misma y empezar a redescubrirme. A veces da miedo, a pesar de lo positivo que está resultando, pero la mano de Marita, siempre cálida, fuerte y segura me acompaña, cada día más segura de mi misma. Me está ayudando a ver mi mejor reflejo en el espejo, a tener un conocimiento mayor de mi misma, proporcionándome herramientas para afrontar los retos. Y sobre todo, lo que más valoro, es que estoy volviendo a vivir con ilusión."
Belén 

" No sé com expressar això que ens demanes.... Per a mí, i ja t'ho vaig dir, ets una excel.lent traductora de simbols, signes i d'allò que hi ha en el nostre interior i que no sabem com acabar de copsar i tu amb el teu mestratge ajudes a desxifrar per a fer-ho conscient i així encaminar-nos al seu assoliment.
Gemma

" Dedicación y empeño plenos, sumados a gran capacidad y agilidad intelectuales, propiciaron las bases para un certero diagnóstico. El rigor y minuciosidad de las actas recogidas tras las sesiones de trabajo, hicieron de las mismas una poderosa herramienta para el coach y el coachee en la reflexión, seguimiento y conclusiones posteriores. La flexibilidad en el cumplimiento del guión inicialmente trazado y la adición de sesiones complementarias fueron también determinantes. La síntesis de los compromisos adquiridos, unida a la encuesta de satisfacción del proceso y el emplazamiento para el feedback de seguimiento anual constituyen un excelente fin de trayecto. Dada la trascendencia y en ocasiones intimidad de los temas tratados se valora salvaguardar la confidencialidad del proceso con firma ab initio en documento aparte. Agradecido por tu apoyo."
Fernando

" Las sesiones con Marita son muy intensas. En ellas profundicé mucho y con su ayuda pude comprender y descubrir muchos matices sobre mi forma de entender el mundo. Marita es rigurosa, divertida, compasiva y 100% entregada. Te permite ir a tu ritmo pero siempre te lleva de vuelta a los temas que te resuenan con cariño pero sin perder de vista lo que es importante y debe ser atendido. Durante mi proceso me sentí en manos de una Coach comprometida del todo conmigo y eso me dio alas para crecer y lograr avanzar en mis retos. Como curiosidad diré que me encantaba ver cómo recordaba literalmente todo lo que habíamos hablado en otras sesiones y me lo recordaba en los momentos más oportunos!!"
Bea



Trabajar con Marita ha sido de lo más fácil. Yo jamás había tratado antes con un Coach por lo que desconocía que me iba a encontrar o cómo me podría ayudar, y sin darme cuenta en pocas charlas me iba dando cuenta como yo contestaba mis propias preguntas.

Con la capacidad de Marita de saber escuchar y poder entender tu visión, pero haciendo la pregunta justa que te permite encontrar tus propias respuestas.

Ahora que han pasado unos meses desde que hicimos el trabajo juntos veo claro que la ayuda ha sido duradera, y que me ha servido para reflexionar sobre otros ámbitos distintos a los que trabajamos durante mi intervención.

Por último agradecerte que me pidas que escriba mi experiencia para tu blog creo que es lo mínimo que te puedo regalar y compartir por toda tu ayuda y cariño.

Jacobo Gil de Biedma

10.10.13

Tus semillas


He acabado haciéndome amiga de una imagen: Me veo con un catalejo buscando a mi alrededor. ¿Qué busco? Respuestas, razones de lo que pasa, justificaciones, excusas, milagros… Y en un momento determinado, agarro el catalejo y lo doblo hasta que adopta forma de U y el extremo que quedaba lejos de mí señalando al horizonte, apunta a mi corazón. Para doblarlo de esa manera necesito una fuerza inmensa. Me paso horas, a veces días, venciendo una resistencia feroz. Por alguna razón, mi ser prefiere buscar afuera lo que ahora ya sé que está dentro. Recuerdo que leí hace tiempo “todo está en tu interior”, pero ni lo entendí ni me lo creí. En más de una lectura vislumbré que el alma de todo ser humano es un pozo de sabiduría y guarda registradas no solo las experiencias de sus ancestros sino también las lecciones que hubiesen extraído de ellas. Aun así, el catalejo se resiste, pues cada vez que encuentra las razones fuera de mí, no tiene necesidad de asumir responsabilidad alguna y eso le encanta. 


Cuando, por el contrario, se enfoca en mi corazón y encuentra ahí las preguntas, las respuestas, los interrogantes sin responder y los efectos de todo ello, entonces no tengo más remedio que aceptar que soy responsable de lo que hago. No de lo que me ocurre, pero sí de lo que hago con lo que me sucede. Y nada de lo que me pasa es superior a lo que puedo procesar. La mitad de mi existencia me ha convencido de que cada uno está perfectamente dotado para hacer frente a aquello que le depare la vida. Creo que es en la Biblia donde se dice “no seréis probados por encima de vuestras fuerzas”. Mi madre lo decía a su manera: “¡Que Dios no nos mande todo lo que somos capaces de soportar!”, como si fuéramos sufridos esclavos a los que el amo se complace exprimiendo. 


Ahora lo veo desde otro lado: cuando la vida me lleva al límite, tomo conciencia de la cantidad de recursos que hay ahí todavía sin estrenar y, si me los creo, soy capaz de dar mi mejor versión. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que es una lástima que hayan estado tanto tiempo ociosos, sin beneficiarme a mí ni a los que amo. 

Si soy capaz de atravesar el dolor, el desconcierto, la rabia o el desánimo que me produce una situación determinada, encuentro mi tesoro. Aquello que estaba en mí desde que nací y que yo ignoraba. Tal vez alguien me lo había sugerido alguna vez, pero yo había desechado rápidamente su comentario calificándolo de espejismo. Quizás yo misma había intuido una capacidad, un talento o una fuerza determinada que apuntaban, pero al instante mi saboteadora interna las descartaba como producto de mi imaginación. 


Mi tesoro es, pues, una caja de semillas sembradas en mi desde el principio. Cuanto antes las descubra, antes me beneficiaré y se beneficiará el mundo de sus frutos. Y cada nueva experiencia que me traiga la vida es una oportunidad para echar mano de esas semillas y hacerlas fructificar. A estas alturas ya tengo algún arbolito y plantas todavía tiernas que he descubierto de manera tardía. Pero sé que hasta el fin de mis días habrá semillas de mí que me sorprenderán. ¿Por qué esperar a que sea una situación extrema la que me empuje a ocuparme de ellas y darles vida y función? Cada semilla es una pieza de mi puzle y mi vida adquiere sentido a medida que las voy aceptando como mías y descubriendo que su destino está fuera de mí. Que sus raíces están en mi ser, donde alguien las plantó, y que crecen hacia el cielo, en busca de los demás. En contra de lo que dijo alguien (que también tenía razón), el cielo son los otros.