7.3.14

Cuando la inseguridad personal obstaculiza el amor

La relación de pareja puede pasar largas temporadas en un tira y afloja estéril en el que lo que se ventila en realidad no es el amor que se profesan, sino el miedo a no ser amados o a no serlo suficientemente. Este miedo debilita el sentimiento que en la mayoría de los casos existe, pero que no puede fluir porque queda paralizado en el fondo de nuestro ser. Si no me siento digno de amor, si no me considero suficiente y creo que no doy la talla, concluyo: ¿Cómo me va a querer? No es que uno se lo diga con esta crudeza, pero en su fuero interno se pregunta ¿Por qué no me quiere?, y una voz muy sutil le contesta: Porque no lo vales, aunque con harta frecuencia no somos conscientes de esta vocecilla o la ponemos en boca de otras personas, pensando que son ellas las que nos juzgan. Una de las reacciones típicas a esta falta de autoestima es ver en el otro todos los defectos magnificados, incluso los que no tiene, hasta el punto de no reconocerle ni una de sus cualidades o relativizarlas tanto que se disuelven hasta convencerte de que las habías imaginado. Cuando una persona se siente inferior le alivia encontrar fallos o defectos en otra. Le ayuda a sentirse mejor, más grande, más digna, o menos inadecuada.

Las personas inseguras de sí mismas pueden interpretar como agresión cualquier comentario incluso los que se hacen con la mejor de las intenciones. En pareja esto es doblemente grave, puesto que un acto de agresión es lo contrario a un acto de amor. Por ello, estas personas concluyen: No me quiere. No obstante,  si somos sinceros con nosotros mismos la “agresión” tiene que ver más con nuestro grado de susceptibilidad que con que con el  desamor del otro.

¿Me quiero yo? sería la pregunta que todos deberíamos hacernos cuando dudamos del amor de alguien. ¿Cuánto me quiero? 

¿Cómo me quiero?, es decir, cómo me lo demuestro. Tendemos a exigir a los demás aquello que no nos damos a nosotros mismos y esta carencia condiciona radicalmente nuestra relación de pareja.
Ante esta situación tan común la primera tarea es individual:
  • alimentar debidamente mi autoestima para ganar en confianza y seguridad personal.
  • atender yo misma a mis deseos y necesidades, y comprobar que esto no sólo no es egoísmo como podíamos haber pensado, sino que es la mejor inversión para convertirse en un ser capaz de amar y ser amado.
  • cultivar espacios propios, buscarlos si no se tienen.
Tras haberme ocupado con afecto de mí misma, ¿qué otras cosas podemos hacer los dos para fortalecer la relación debilitada?

  1. Ser empáticos. Después de aprender a escucharme y a satisfacer mis deseos, soy mucho más capaz de poner toda mi atención en lo que el otro necesita para sentirse querido. Y soy más capaz porque lo hago desde la abundancia, no desde la carencia. ¿Qué estoy haciendo a diario para que se sienta querida mi pareja? En esta instancia, distinguir si lo hago por amor, o por miedo a perderla me ayuda a saber si he completado con éxito la etapa anterior estrictamente individual, es decir, si he logrado fortalecer mi seguridad personal y mi confianza. Lo que la otra persona necesita para sentirse querida no suele ser lo mismo que lo que necesito yo. Es más, puede ser completamente diferente. Es de importancia decisiva averiguarlo y salir de mis esquemas para ser capaz de actuar en consecuencia. No se trata de hacer cosas pensando en la otra persona, ni siquiera por ella, sino desde ella, es decir, desde su perspectiva, desde su enfoque vital y poniendo la atención en lo que ella va a recibir como consecuencia de tus actos, no en lo que vas a recibir tú.
  2. Hablar con franqueza de lo que te separa de la otra persona. Hay cosas que nos distancian y que nos hacen pensar erróneamente “no me quiere” o “no lo quiero” y no están reñidas con el amor, sino con maneras distintas de ver la vida. Tienen que ver más bien con nuestra biografía, con las formas de hacer y de pensar que nos inculcaron de pequeños, con creencias que hemos ido adquiriendo y que no coinciden con las suyas. Si estamos en “modo susceptible” y por consiguiente identificamos “hablar” con “sentirse atacado” será muy difícil que nos apetezca iniciar la comunicación. Para estas situaciones en que es difícil que brote la conversación de manera espontánea, sobre todo cuando exiten temas enquistados, resulta muy práctico fijar un día para comer, pasear, tomar té o lo que sea, dedicado especialmente a poner los asuntos sobre la mesa. Reglas de oro para estos encuentros periódicos. 
    1. Cada uno lleva preparado aquello de lo que desea hablar o que han acordado previamente que sería el asunto a tratar.
    2. Cada uno habla sólo de sí mismo, no de la otra persona. Por lo tanto, se expresa únicamente en primera persona. Si te abstienes de decir “tú”, asumes siempre la responsabilidad de tus actos. Es muy diferente decir Me siento herida cuando… que  Tú me hieres cuando
    3. Escuchar, escuchar, escuchar. Es decir, sólo escuchar, sin estar pensando lo que voy a contestar o cómo voy a rebatir lo que me está diciendo. Porque se trata de entender lo que el otro quiere decir, más allá de lo que expresan sus palabras. Por eso, no nos enganchemos a las palabras. No son más que herramientas.
    4. Preguntar. No interpretar, ni dar nada por supuesto. Cuando haya duda o inquietud, preguntar. Porque puedes pensar que los gestos o palabras de nuestra pareja significan una cosa y si te das la oportunidad de aclararlo te das cuenta de que estabas equivocado. Nuestra interpretación está muy condicionada por nuestro estado de ánimo y por la idea que tenemos de nosotros mismos.
  3. Respetar los espacios propios y los de la otra persona. No renunciar “por amor” a los espacios propios si esta renuncia no beneficia, directa o indirectamente,  a ambos.
  4. Relativizar. Cuando las cosas se ponen muy difíciles, uno piensa con razón que no va a aguantar así toda la vida. Es una preocupación ilusoria puesto que como la vida tiene su propia evolución, también esa situación que estamos viviendo evolucionará, hagamos lo que hagamos, y por lo tanto, no será siempre como está siendo es el momento crítico en el que nos parece insoportable. Una buena estrategia para no dejarse llevar por el hartazgo o por la desesperación de un momento determinado es preguntarse: ¿Hasta mañana por la mañana puedo aguantar esto? Pues en la práctica, si puedes esperar hasta haberlo pasado por la almohada, al día siguiente tienes capacidad de contemplarlo de otra manera. Y ya sabemos que no existe una realidad objetiva sino formas de ver la realidad. La persona que tiene sentido del humor,  puede prescindir hasta de la almohada para llegar hasta aquí. Todo lo que nos haga ganar tiempo para trabajarnos personalmente, redunda en beneficio de la pareja.
  5. Disfrutar juntos. Buscar espacios sólo para pasarlo bien, sin siquiera hablar. Entregarse a la naturaleza, al deporte, a cualquier actividad de ocio que resulte gratificante para ambos.

Se ha dicho que la pareja es una tercera entidad distinta de cada una de las personas que la integran y que merece una atención particular. Y es cierto. Pero esta entidad se sustenta fundamentalmente en dos pilares que son los dos miembros que la integran. Cimentar nuestra autoestima es fundamental para que la relación se asiente de manera sólida y gratificante. 


6.3.14

Biografía del silencio, Pablo D'Ors. Ed. Siruela, 2013

La prueba irrefutable de que Pablo D’Ors se ha entregado en cuerpo y alma a la práctica del silencio y ha experimentado en carne propia sus efectos es la lucidez con que está escrito su libro “Biografía del Silencio” y la serenidad que se desprende de su lectura. Esta es la razón por la que la presente reseña está cuajada de citas textuales, porque no hay palabras más acertadas y precisas que las que él ha elegido para explicar la experiencia de silenciarse y entrar en meditación. La impresión es que no las ha elegido, sino que han brotado, con toda naturalidad de su silencio. La definición que hace el autor de su obra nos da la clave del libro: “Breve ensayo de carácter testimonial sobre cómo asistí a la transformación de mi biografía gracias al silencio”. Es decir, contra todo lo que pudiese pensarse, el silencio es transformador. Y lo hace, además, desmitificándolo completamente: "El silencio no tiene nada de particular, sino que posibilita o enmarca todo lo demás. Lo demás tampoco es nada: la vida misma que transcurre".


Que adentrarte en el silencio, sin más, te ayude a transformar tu vida, es una buena noticia en este mundo en que parece que todas las soluciones se hayan vuelto tan complicadas. Y además en un momento en que se habla más que nunca de transformación personal y de necesidad de cambio. Pablo D’Ors, con una sinceridad y sencillez dignas de agradecer y con el conocimiento que le dan cinco años de fidelidad a la práctica, nos explica el largo proceso que media desde que se toma la decisión de priorizar la meditación en la vida de uno hasta que empieza a percibir los beneficios que aporta: "Primero todo es más importante que meditar y luego no hacer otra cosa que estar en contacto conmigo mismo, presente en mi presente, me parece lo más importante". Admite que necesitó año y medio para reconocer y poner nombre a buena parte de sus distracciones: desde molestias físicas, inquietud mental, aburrimiento, ideas obsesivas, hasta la evocación involuntaria de los deseos incumplidos, la culpa ante los fallos o los miedos recurrentes. Pero perseveró hasta familiarizarse con sus sensaciones corporales, sus pensamientos y sus sentimientos. Y entonces quiso seguir adelante a pesar de obtener pocos resultados con mucho sacrificio.


Para recorrer todo este trayecto, se precisa tiempo y sobre todo determinación. "Meditar no es difícil. Lo difícil es querer meditar". Y ¿cuál es la actitud? "Tanto el arte como la meditación nacen de la entrega, no del esfuerzo". ¿Cómo se entrega uno sin esfuerzo? nos preguntamos. El autor nos regala un concepto chino, el wu wei, como respuesta. Wu wei significa estar ahí para captar lo que aparezca, sea lo que sea, ponerse en disposición para que algo pueda hacerse por mediación tuya, pero no hacerlo directamente. Limitarnos a ser una antena que percibe cualquier vibración y la incorpora a la suya. No es tarea fácil para nuestras mentes occidentales que giran en torno a la actividad asumir la aparente pasividad que conlleva este ejercicio: "Meditación es básicamente recibir lo que la vida ha inventado para nosotros y dárselo a los demás". Es precisamente a través de este “no hacer” como se va generando en nosotros uno de los efectos más beneficiosos de la práctica: la humildad. "Al estar sentado aparentemente inactivo veo que las cosas son como son con independencia de mi intervención". 


Esta inacción favorece una actitud observadora. "Cuanto más se observa uno, más se desmorona lo que cree ser y menos sabe quién es". Lejos de alarmarse ante esta constatación, Pablo D’Ors nos anima a mantenernos en esta ignorancia, a soportarla, a hacerse amigos de ella y a aceptar que estamos perdidos y que hemos vagado sin rumbo. Llegados hasta aquí, el autor marca el punto de inflexión con una pregunta: De acuerdo, reconoces que has ido perdido que has sido un vagabundo, pero ahora. ¿Quieres convertirte en peregrino? El peregrino sabe el camino que desea recorrer, aunque no esté muy seguro de hasta dónde va a llegar. Para el peregrino, más que el destino, es el camino en sí lo que tiene sentido, y aquello en lo que se va convirtiendo su ser, por el mero hecho de recorrerlo.


A lo largo de las poco más de 100 páginas que tiene este testimonio, son muchas las definiciones de meditación, y van in crescendo. "Cuando te limitas a percibir, llegas por fin a lo que eres". "La meditación nos devuelve a casa y nos enseña a convivir con nuestro ser". "La meditación te enseña a sumergirte en lo que estás haciendo". La meditación apacigua la máquina del deseo y estimula a gozar lo que se tiene". "Es una escuela de apertura a la realidad, de iniciación a la vida adulta, un despertar a lo que somos". "La meditación es el arte de la rendición". Soltarlo todo -sentimientos, pensamientos, creencias- confiando que en ese vacío abismal que aparece de pronto está la clave de nuestra libertad.


Este es el máximo descubrimiento que hace el autor, la gran transformación de su vida. A esto nos invita desde su humilde experiencia ofreciéndonos la vivencia desnuda de su propio camino. "Empecé a meditar para mejorar mi vida; ahora medito sencillamente para vivirla". Gracias, Pablo D’Ors, por la autenticidad de tu regalo.