4.5.14

No somos fotos fijas


Cuando llevamos un tiempo prolongado de relación con alguien (puede ser la pareja, el padre, la madre, el hermano, un compañero de trabajo o un amigo), nos da la sensación de que ya lo conocemos. Nos hacemos una idea de esta persona y corremos el peligro de encasillarla. Decimos que esta persona es así o asá. Tan convencidos estamos de ello que acabamos relacionándonos con el cliché que tenemos de ella, no con la persona en sí. Y claro, con el tiempo la persona se nos escapa, no la reconocemos.

Puede darse el caso de que esta persona intente trabajarse algunos aspectos de su carácter, evolucione en su forma de ser a partir de lo que le va trayendo la vida o incluso de lo que le sugieren sus congéneres. Y puede suceder que como yo me he quedado con la idea que tengo de ella, no sea capaz de apreciar los pasos que esta persona está dando en otra dirección. Todo lo que no se ajusta a la idea que me he hecho de ella, lo descarto sin más. 

La situación puede resultar muy frustrante para el hijo que intenta mejorar aspectos que le ha comentado su progenitor, o para la persona que intenta modular su conducta en aras a mejorar su relación  de pareja o para el amigo que se esfuerza en desbloquear una amistad y no consigue que el otro salga del modo de relacionarse que arrastran hace tiempo. Cuando nos relacionamos con la idea que tenemos del otro, estamos ciegos a los pasos que el otro da en cualquier dirección que no sea la que nosotros creemos. Y la frustración que provocamos se va traduciendo en desmotivación.

El caso es que nadie es así o asá, porque todos estamos en proceso de crecimiento y de cambio. Si estamos vivos, cambiamos. Puede que nos resulte más fácil relacionarnos con la idea que tenemos de una persona, pero eso despoja a la relación de vida y de novedad. Desde mi idea fija, todo es previsible y puedo adivinar prácticamente todas las reacciones que va a tener. Y al predisponerme a esas reacciones, de alguna manera las propicio. Leí en algún lado: “No hay ley más invariable que aquella que dice que como pago de nuestras sospechas encontramos aquello que sospechábamos.” Si me acerco a una persona pensando de antemano cuál va a ser su respuesta, no le dejo margen de maniobra, ni le permito salirse de la etiqueta en la que la he clasificado. ¿Para qué nos sirven las etiquetas? Para manejarnos mejor. Nos dan seguridad. Para ir preparados y no tener que improvisar. Pero la vida es cambio y nos sorprende,  ha de sorprendernos a cada paso y nosotros aprendemos a improvisar dando respuesta a lo que tenemos delante materialmente y no a lo que habíamos previsto mentalmente. ESO es vivir.

Cuando me relaciono con la idea que tengo del otro no salgo de mí. Todo se cuece en mi mente. Y las relaciones auténticas se ventilan a otro nivel. Si un día, por las circunstancias que sea, abro mi corazón y entro en lo que el otro es, no en lo que pienso que es, entonces descubro infinidad de posibilidades y de respuestas, y nada es previsible ni controlable. Me  abro a la incertidumbre, pero también a una riqueza inusitada. No lo encasillo en una idea, sino que permito que sea cualquiera de las miles posibilidades que tiene de ser, se ajuste o no al concepto que yo pueda tener de antemano.
Cuando alguien no tiene una idea prefijada de mí, sino que está abierto a lo que yo vaya manifestándole en mi proceso de crecimiento, se convierte en mi aliado, en mi mejor compañero/a de camino. Esa persona, deja a un lado sus expectativas, y va validando aquello que yo decido ser, por el simple hecho de respetar mi opción. Y con ello me ayuda en la labor de construirme personalmente.

Muchas veces somos nosotros mismos los que nos relacionamos con la idea que nos hemos hecho de nuestra persona, y no con lo que realmente somos. Nos hemos identificado tanto con el personaje que hemos creado para abrirnos paso en las circunstancias que nos ha tocado vivir, que al final nos creemos que somos eso. “Soy controladora y obsesiva”, me comenta una persona. Y yo le recuerdo las características que ella había enumerado cuando le pedí que me describiera su esencia: noble, alegre, cariñosa, comprensiva creativa, adaptable, paciente, constructiva, optimista, luchadora, detallista, con sentido del humor. ¿Dónde está pues la controladora y la obsesiva? Es la conducta que adopta cuando siente una agresión. La sensación de indefensión le hace acudir al control y a la obsesión como mecanismos de defensa. ¿Es ella eso esencialmente? NO LO ES. Pero a base de identificarse con esas conductas y desconectar de su esencia acaba creyendo que la obsesión y el control forman parte de su núcleo.

Es cierto que hubo un momento de indefensión y de desamparo brutal en su biografía. Y que luego cada situación que le recordara aquella circunstancia ahondaba dolorosamente en una primera herida. Es cierto que esa herida hizo que desconectase de su alegría, de su confianza básica en la vida, de sus ganas de jugar, de su motivación. Pero está en su mano elegir si conecta de una vez por todas con la mujer que verdaderamente es, o queda atrapada en su fidelidad  al ser reactivo al que detesta y que llega a confundir con su ser verdadero.

Para ello hay que trasladar la atención de los hechos o las situaciones concretas a los procesos. Hacer memoria de quien soy y tomar conciencia de que estoy en proceso en evolución. No soy una foto fija, sino una secuencia en permanente evolución. Se trata  de ver a las personas en su proceso, no como realidades estáticas. Si una persona está en un momento negativo y la miro como si ella fuera solo eso, me deprimo y no le doy esperanza. Si por el contrario, lo considero un proceso por el que está pasando, del que saldrá, le doy energías para salir. Relativizo. Lo mismo funciona para un momento positivo. Si lo veo como algo estático, tengo muchas posibilidades de aletargarme, de anestesiarme con el buen momento. Si consigo percibirlo como algo fugaz que va a pasar porque está dentro de un proceso, lo vivo intensamente antes de perdérmelo por inconsciente o por idiota. Esta actitud me ayuda a vivir concentrada en lo esencial y en los detalles al mismo tiempo. Atenta y dispuesta a captar al vuelo para poder disfrutar y reflexionar acerca de lo que capto.

Nadie está terminado de hacer hasta que ha exhalado su último suspiro. Nadie es tan pequeño como para caber en la idea que me he hecho de él o de ella. La persona es su biografía y esta tiene infinitas posibilidades siempre que  no permita que nada ni nadie las recorte. Una vez tomada una foto, ya no somos la persona que el objetivo captó. Proseguimos el camino de nuestra autoconstrucción, quiero pensar que independientemente de la idea que se hayan hecho de cada uno las personas que nos rodean.