20.11.14

Seguir la pista a mi verdad: Lo que hay detrás de una ilusión

Via vientoenviaje

Tamara es una mujer de treinta y tantos años, casada y con una hija. Me llama preocupada porque dice estar como una quinceañera sintiendo cosas muy especiales por un compañero de la universidad”. Se recrimina esta actitud inmadura: “¡A mi edad, ilusionada por un estudiante de veintisiete!”. Se siente avergonzada y tonta y además tiene miedo. Le propongo, en lugar de juzgarse: 

  • Aceptar lo que le está pasando 
  • Atreverse a explorarlo 
  • Indagar lo que esa situación le dice de sí misma y sacar el máximo partido, es decir, salir de ella más sabia, porque creo que todo lo que nos trae la vida tiene un para qué, y se trata sencillamente de encontrarlo.



La conozco. Sé que ama a su marido y que él la ama y la comprende como nadie lo había hecho hasta que se encontraron. Admite que si no hubiese conocido al que ahora es su pareja nunca habría alcanzado la estabilidad emocional de que ahora goza. Ella ha sacrificado su carrera profesional para criar a su hija y se plantea un segundo embarazo. Me consta que está satisfecha de la familia que ha creado. Pero esta situación la desconcierta tanto que ahora duda de querer a su marido y a su hija. Al juzgarse se siente culpable y eso no le ayuda a ser objetiva porque parte de una autoimagen distorsionada. Lo que más culpabilidad le provoca es que se siente físicamente muy atraída por este compañero. Después de un rato de conversar confiesa que lo que ella desearía es sentir esa atracción sexual tan fuerte y estimulante por su marido. Cuando me expresa este deseo, se le cuela otra confesión: “Lo trato mal, me siento injusta y culpable porque él me quiere mucho y yo estoy reprochándole cosas todo el día, ni siquiera sé si soy capaz de querer a nadie”.


Capto este anhelo que le ha salido del alma y me doy cuenta que dentro de ella hay un dolor oculto.

“En realidad no lo respeto, continua diciendo, porque pretendo que sea igual que yo y vea las cosas como yo las veo”. Me explica en qué son diferentes. Le pregunto por sus afinidades y resulta que coinciden en aspectos muy esenciales. “Él es respetuoso, confía mucho en mí, me apoya, me ayuda, es generoso y cariñoso a su modo. Pero yo necesito sentir.” 

Aaaah.

¿Qué es lo que te haría sentir más? le pregunto: “Que me abrace como antes de que naciese Clara, que me preste atención como cuando no teníamos hijos, que no vaya tanto al grano en el terreno sexual, que me hable de él y de cómo se siente conmigo, echo de menos la mirada de complicidad de antes…”

Escucho la voz de tantas mujeres que no se atreven a pedir lo que para ellas es lo más natural del mundo si alguien las quiere. Y me doy cuenta de que se conforman con menos en esta área afectiva tan esencial y luego recriminan cosas sin importancia que en realidad están expresando esa insatisfacción profunda de la que no quieren ser conscientes.

Tamara se da cuenta de que está en su mano mejorar esta parte de su relación que ha descuidado durante tanto tiempo, que está en su derecho y que vale la pena expresar sus deseos a su pareja si ello va a hacer que los encuentros sean más plenos y la relación más íntima. Se siente con ánimos de planteárselo.

Bien, ¿y qué vamos a hacer con nuestro joven universitario?, le pregunto.

“Le daré las gracias porque sin siquiera enterarse me ha ayudado a ocuparme de una dimensión de mi vida de la que prefería no ser consciente. Y añadiré que si algún día tenemos más confianza y amistad, se lo explicaré.”

Cada persona que se cruza en nuestro camino tiene algo que ofrecernos. Piezas de puzle que nos ayudan a completar el nuestro. Lo suyo sería que tomásemos lo que nos regala, le diésemos las gracias -y tal vez lo que nosotros podamos tener para ella- y siguiésemos nuestro camino. Pero nos aferramos a cada persona que llega con la más mínima novedad, a cualquiera que ponga un poco más de emoción o calor en nuestra existencia, pensando que es el alma gemela que todavía no hemos encontrado. La creencia perversa de que hay una media naranja dando vueltas por el mundo que llenará por fin mi existencia incompleta nos hace engancharnos a esta persona. Por el contrario, si creo que todo ser que se cruza en mi camino tiene algo para mí y yo algo para ella, utilizaré la emoción, la novedad o los sentimientos que despierte esta persona como puertas de acceso a aquella parte de mi ser o de mi vida que necesita atención. Lamentablemente, suele ocurrir que en lugar de ir hacia adentro vamos hacia afuera, a apropiarnos de la persona que nos ha tocado el corazón y volcamos en la nueva relación todo el entusiasmo que ya no poníamos en nuestra vida. Perdemos así la oportunidad de seguir la pista a un aspecto de nuestro ser está reclamando mi atención. 

Hay una manera de aprovechar esta oportunidad: Pararme y valorar lo que tengo, cada vez que una persona o situación nueva cuestiona parte de mi vida. De lo contrario lo cambiamos fácil e inconscientemente por el brillo de lo recién llegado. Y toda novedad tiene fecha de caducidad. Deja de serlo cuando pasa al cajón de las cosas que damos por sentado. 

Bienvenidas las zozobras, las emociones, las dudas porque nos empujan a salir de las rutinas que han perdido su color y a aventurarnos en terrenos desconocidos. Bienvenidas las personas que nos hacen darnos cuenta que hemos dejado de percibir la novedad de cada mañana y nos hemos apalancado en la rutina. Son personas y momentos de oro para ir hacia dentro y descubrir un aspecto más de nuestra esencia. Encontremos el para qué de su paso por nuestra vida y sigamos nuestro camino con más sabiduría en la mochila.


Marita Osés