5.7.15

Tu salud es tu responsabilidad





Cuando me diagnosticaron un cáncer de mama hace 4 años, no dudé ni un instante en ponerme en manos de la sanidad pública de mi país. Aprecié la profesionalidad, la atención y el afecto con que me trataron, imprescindibles en esos momentos en los que la noticia inesperada hace que te sientas de golpe sumamente vulnerable. Agradecí en especial la labor de la cirujana que volcó toda su pericia y su sensibilidad femenina en la intervención, de modo que redujo al mínimo las cicatrices y su visibilidad.

Resultó ser un tumor de apenas siete milímetros que pudo extirpar con los bordes limpios y tuve la suerte de que los ganglios no estuviesen afectados. El pronóstico era muy alentador. Así que una vez repuesta de la operación, cuando me dijeron que tenía que soportar 33 sesiones de radioterapia y luego hacer tratamiento hormonal durante cinco años, me pareció algo desproporcionado.Como matar moscas a cañonazos. Puesto que tanto la radioterapia como el tamoxifeno pueden tener graves efectos secundarios, manifesté mis reservas y expuse cómo estaba luchando yo contra el cáncer.De nada sirvió explicar que ya había introducido muchas novedades en mi vida que iban a favor de mi salud: modificar radicalmente mi dieta para alcalinizarla, caminar una hora diaria, meditar y hacer taichí, trabajar en lo que me gusta, sentirme agradecida todas las mañanas y tomar medicación homeopática. La respuesta a mi “ingenuidad” fue una mirada condescendiente que venía a decir: “Esta pobre se piensa que por dejar de comer carne y hacer ejercicio regular se va a curar del cáncer” y dieron por zanjada la cuestión afirmando que no conocían ningún estudio que demostrase científicamente que mis remedios fueran eficaces contra esta dolencia.

No logré convencerles de que para mí el cáncer ha sido un mensajero y que he entendido el mensaje. Se ha convertido en mi aliada. Me ha ayudado a darme cuenta de patrones de comportamiento que sólo me perjudicaban y me ha impulsado a vivir de una manera que me acerca mucho a la plenitud que siempre había anhelado. La enfermedad ya ha cumplido su misión de restablecer el equilibrio en mí, y por lo tanto, no tiene por qué molestarme más. No me lo tendrá que decir de manera más contundente, es decir, irrumpiendo con más virulencia en mi vida.

La anatomía patológica de mi tumor decía que era del tipo hormonodependiente en un 90%, por lo que el tamoxifeno tenía la misión de inhibir la producción de hormonas que pudieran alimentarlo de nuevo. Entre otros efectos indeseables que quedan descritos en el prospecto del medicamento (y que el médico me prohibió leer), está el engrosamiento de la pared del útero que puede llevar a la formación de un tumor (¿desvestir a un santo para vestir a otro?). Algo dentro de mí me decía que no lo tomase, pero la angustia de mi marido ante la posibilidad de que la enfermedad se reavivase hizo que me plegara a su deseo y empezase a tomar lo que me habían prescrito. Entré drásticamente en la menopausia y al poco tiempo desapareció el deseo sexual.Por fortuna ya había entrado en la dinámica de ver más allá de lo evidente: lejos de desanimarnos, la desaparición del deseo nos ayudó a reinventar nuestra sexualidad. Admito que finalmente tengo algo que agradecerle al tamoxifeno.

Cuando las paredes del útero se habían engrosado lo suficiente como para resultar una amenaza, me propusieron un cambio de medicación. Pasaríamos al inhibidor de la aromatasa, otro tratamiento hormonal que no afecta al útero, pero sí a las articulaciones y a los huesos. Me dijeron que me preparase para tener fuertes dolores articulares y perder mucha masa ósea, que amenazaba con desembocar en osteoporosis galopante. Ya lo sabía, porque tengo amigas que gracias a éste fármaco apenas pueden subir escaleras, planchar, caminar, o ni tan siquiera coger una olla un poco pesada. Decidí que hasta aquí había llegado. Prefiero vivir menos pero haciendo lo que me gusta, que seguir viva, pero más rato en la cama que de pie porque mis articulaciones o mi esqueleto están en tan mal estado que apenas pueden sostener esa vida que prolongo. El cuerpo es un soporte de una vida más allá de lo material. Si lo deterioro tanto que ya no me sostiene, ¿qué sentido tiene mantenerlo?

Este año durante la revisión anual el médico me preguntó ¿Por qué no toma la medicación? Y le expuse mis motivos. Se quedó un rato pensando y a continuación, leyó en voz alta mi expediente que describía las características de mi caso.Luego se dirigió a la médico residente que pasaba consulta con él. ¿Qué te parece?, le preguntó. Ella puso cara de no saber qué responder. Acababa de hacerme la exploración y había concluido que estaba estupendamente bien. El médico me miró a los ojos, me tendió la mano y me dijo: Siga usted así. Y en su mirada había respeto, solidaridad y quiero creer que un punto de admiración. Fue muy importante para mí. Por primera vez un profesional de la medicina oficial validaba mi postura, me daba confianza en lugar de alimentar mi miedo y permitía que yo tomase en mis manos mi salud, en lugar de hacerse cargo de ella.



Salí del hospital ligera como una pluma, feliz de que alguien respaldara mis opciones, reconociera mis esfuerzos y me animase a seguir por ese camino. Estaba un poco cansada de ir contra corriente, de que lo mío y lo suyo fueran opciones excluyentes. Creo en la complementariedad de la medicina oficial y las medicinas alternativas. Creo en la suma y no en la lucha por la supremacía.

Pero creo sobre todo que el responsable de mi salud no es el médico sino yo misma. Le pido ayuda para que llegue a donde yo no llego. No viceversa. No quiero delegar toda esa responsabilidad en el profesional. Mi salud depende de lo que ingiero, de cómo duermo, de si me muevo, de lo que hago o dejo de hacer, de cómo me relaciono conmigo misma y con los demás, de cómo gestiono mis emociones y del legado genético que me ha tocado en suerte. ¿En cuántos de estos aspectos incide un fármaco? La salud es el día a día, no los 10 minutos que dura la consulta. El doctor no puede ni debe en ese tiempo decidir cómo ha de ser tu vida. Tu vida la decides tú si aprendes a escucharte y si eliges qué sentido tiene para ti. A partir de ahí, el médico deberá adaptarse a la vida que tú decides llevar, no a la que él supone que es deseable para una mayoría. Aunque las estadísticas sigan siendo imprescindibles en el ámbito de la ciencia, no hay una sola vida igual a otra. No hay ni un solo enfermo igual a otro. Si te escuchas, si la escuchas, ella te da las claves. Y el profesional de salud te ayuda a vivir como tú quieres.

Para vivir como quieres, antes tienes que saber cómo quieres vivir. De eso también depende tu salud. De llevar la vida que deseas. O de aprender a desear la vida que llevas.


Marita Osés
Julio 2015