14.9.15

Abraza tu identidad y estalla de gozo




Cuando sabemos el gozo que da descubrir nuestra identidad, dedicamos tiempo y energía a conocernos más. Cuando experimentamos la plenitud que da ser quienes somos de verdad, no perdemos un minuto más inventando personajes o preocupándonos de las apariencias. La vida se convierte en un continuo materializar la esencia que siempre ha estado ahí. Vivir es hacer tangible lo sutil. Que sea sutil o incorpóreo no significa que sea frágil. Esa identidad es precisamente lo que más solidez nos da, lo que nos estructura, nos consolida y nos hace sentirnos alguien concreto y verdadero. Ya no necesitamos estar siempre pensando en lo que tenemos que hacer. Lo que hacemos se convierte en la expresión de lo que somos, porque una vez has tomado consciencia de tu ser, éste no puede dejar de manifestarse.

Al final de una sesión de coaching, pregunto a la persona que tengo delante cómo se siente. Es pregunta retórica, pues su gran sonrisa y sus ojos achispados lo dicen todo. Aun así, quiero que formule en palabras la alegría que irradia, para que al hacerlo descubra de dónde procede. Antes de contestarme, gesticula como tomando piezas imaginarias que estuviesen frente a ella y luego hace un ademán de encajarlas con determinación y convicción. “Me siento como si hubiese montado un puzle mágico”, me dice. “Tomo piezas que están ahí desde hace tiempo, a las que no hacía ni caso, y las junto y construyo un todo que adquiere colorido y del que salen estrellas y arcoíris. Una vez armado el puzle, me siento en casa, es mi hogar.”

¡¡Bingo!!

Por fin se ve a sí misma, porque ha desechado los filtros que no le permitían reconocerse. Atrapada en ellos, descartaba muchas de sus cualidades simplemente porque no se ajustaban a los criterios en los que había sido educada, o que la sociedad actual impone como ejemplo de éxito. Cada filtro que aparta elimina también un juicio negativo sobre sí misma y, aunque parezca paradójico, con ello se hace justicia. Una vez limpia la mirada, ve aquellas partes de sí que en otro tiempo había criticado o ignorado. Las recoge, las aprecia, saborea la maravilla de haberlas recibido y se hace el regalo de aceptarlas como suyas. Ese todo es ella, hace mucho tiempo que lo es, pero no se había dado cuenta. Miraba las piezas de otras personas, se admiraba de cómo encajaban y de cómo funcionaban las vidas ajenas. Pero tan absorta estaba en ello que no se ocupaba de las propias. Hoy ha entrado en ese espacio interior y ha visto sus propias piezas. Al verlas, reconocerlas, alegrarse del conjunto que forman, se convence del sentido que tienen. Y es el sentido lo que la lleva a actuar, no la obligación, la responsabilidad o la necesidad de justificar su existencia.

Todos necesitamos un espejo en el que mirarnos. Un amigo, una pareja, un familiar, un coach o incluso un extraño. Alguien que nos preste su mirada y nos ayude a reconocernos y a sentirnos contentos con lo que hay en ese espacio interior - único en cada uno de nosotros-, en lugar de suspirar por lo que no somos o tenemos.

“Cuando escuchas generosamente a las personas, pueden oír la verdad que hay en sí mismas, a veces por primera vez”, dice Rachel Naomi Remen.

Culpamos a la sociedad, a la política, al sistema de la desmotivación de chicos y grandes. No digo que no tengan su parte de responsabilidad. Pero lo realmente decisivo en la vida de una persona se encuentra dentro. Estamos desmotivados, nos sentimos impotentes, o nos dejamos invadir por la negatividad porque ignoramos la riqueza que guarda nuestra alma. Entrar en uno mismo y descubrir el tesoro que escondemos, la cantidad de dones que están a nuestro alcance para lanzarnos a vivir el misterio de la vida es una alternativa mucho más práctica que buscar afuera las motivaciones de nuestro hacer. Los padres se cansan de inventar estímulos para sus hijos, los líderes incentivos para sus seguidores, la sociedad señuelos para mover a las masas. Y ni los hijos, ni los seguidores, ni las masas acaban de ponerse en marcha. Sin alegría de ser, no brota el compromiso.

Es el feliz descubrimiento de lo que hay dentro, pugnando por salir, lo que nos impulsa a caminar. El autoconocimiento no es pues una pérdida de tiempo. Entrar en contacto con esa verdad que es nuestra identidad es una fuente de energía inagotable, porque es fuente de sentido. 
Por eso, entra en ese espacio interior, aunque te asuste el silencio, o bien mírate en los ojos de alguien y descubre quién eres. A continuación, abraza tu identidad y estalla de gozo.



Marita Osés

8 septiembre 2015