17.2.16

MUJERES Y HOMBRES NUEVOS


Estamos en un nuevo siglo, pero  hombres y mujeres nos hemos quedado atrás. La sociedad cambia, la tecnología va más de prisa de lo que podemos absorber, no acabaríamos nunca la lista de innovaciones. En cambio, el hombre y la mujer seguimos aferrados a modelos, pautas de comportamiento, parámetros y arquetipos anacrónicos que ya no nos sirven, pero que no nos atrevemos a soltar porque no hemos formulado todavía los nuevos.

La relación de pareja está desgastada, pero la gente sigue casándose y conviviendo, resignados a que la cosa no da para más y poniendo el listón cada vez más bajo.

No sabemos estar solos, y no sabemos estar acompañados. ¿Qué pasa? ¿Hemos topado con los límites del ser humano? ¿O es que lo habíamos encasillado dentro de unos parámetros tan reducidos que a base de no desarrollar sus potencialidades se ha quedado atrofiado? 

¿Por qué no desechamos el manual de conducta que habíamos interiorizado, según el cual primero había que pararse a verificar el sexo del interlocutor, para decidir entonces el tono y la actitud a emplear? Si me fijo primero en los atributos sexuales de mi interlocutor, me relaciono con su género, no con la persona. Y su género es sólo una parte de él o de ella. Por el contrario, si le miro primero a los ojos, tengo en cuenta de entrada quién es por dentro, no por fuera, me relaciono entonces con el ser. Cada vez que me baso en el físico de la persona que tengo delante para hacerme una idea de ella, me quedo con la cáscara del fruto.

El hombre y la mujer nuevos deberían, en primer lugar, mirarse a los ojos para poder relacionarse de corazón a corazón. Esto no tiene nada que ver con la imagen de embeleso propia del enamoramiento, sino con ir a lo esencial de cada uno.

Hay indicios de que al menos una parte de la humanidad está empezando a mirar hacia adentro (de sí mismos y de los demás). Habría que recordar a Saint-Exupéry en El Principito cuando afirmó: “Lo esencial es invisible a los ojos”. En efecto, comprobamos una y otra vez que de todo lo que existe, lo más importante está en el interior. Y nos animamos, unos con cautela y otros con audacia, a pasar de la superficie a las profundidades. Decidimos dejar de flotar a merced de las olas y nos lanzamos a bucear, guiados sobre todo por nuestro corazón y con ayuda de nuestra inteligencia.

La mujer y el hombre nuevos que esta sociedad necesita desesperadamente están empezando a liberarse de los condicionamientos externos y parten de lo que cada uno es y siente por dentro. Aprenden a tomar conciencia de sí mismos desnudos, sin referencias a los arquetipos de hombre y de mujer que han imperado durante siglos. Y se atreven a ser como sienten, tanto si coinciden con dichos arquetipos como si no. Despojados voluntariamente de los atributos con que los ”etiquetaban” en razón de su sexo elijen libremente en base a lo que les dicte su interior. No estoy hablando de seres asexuados o indefinidos, sino de liberarse de la necesidad de que tu autodefinición se ajuste a patrones preestablecidos de lo masculino y lo femenino. No hay nadie completamente masculino, ni completamente femenino, mal que les pese a algunos. Estos son los dos arquetipos artificiales hacia los que hemos estado tendiendo durante siglos, haciendo a veces unas contorsiones tremendas para ajustarnos porque, naturalmente, era imposible el encaje total. Siempre había que negar o disimular aquella parte de nosotros que no se amoldaba al modelo. Ya va siendo hora de que cada persona, con todos los elementos que le constituyen –femeninos y masculinos- tenga derecho a sacarles el máximo partido a unos y otros sin avergonzarse de nada. Permitamos al hombre que se eche a llorar cuando le apetezca, de alegría de pena o de rabia. Y a la mujer que no deje de sentirse mujer porque decida libremente no tener hijos o porque le apasione el ensayo que está escribiendo sobre el asfalto sonoreductor o la fisión nuclear o lo que sea. Y los dos estarán en su derecho, pero sobre todo, estarán bien en su piel.

Así dejaremos, por ejemplo, que manden las personas que sirven para mandar, independientemente de su sexo. Dejaremos de llamar calzonazos a un hombre que no manda y marimacho a una mujer que sí. Aceptaremos que un hombre poco autoritario sea tan hombre como cualquier otro. Que una mujer que no siente el instinto maternal sea tan mujer como cualquier otra. En definitiva, y eso es lo importante, que ambos sean tan personas como la que más, sin ajustarse a los modelos tradicionales.

Lo primero que hacen la mujer y el hombre nuevos es tomar conciencia de sí, conocerse, saber quién y cómo son (todo está dentro) sin que nadie les diga quién y como tienen que ser. Conocen los patrones femeninos y masculinos y se reconocen en unos u otros libremente. En la escuela, el máximo logro debería ser que el niño/la niña respondan afirmativamente a la pregunta: ¿te alegras de ser quien eres? El conocimiento de estos patrones es simplemente una herramienta para entender cómo vive la vida, cómo le afectan las cosas, por qué tiene un tipo de reacción y no otra la persona que tengo delante, independientemente de su género, pero en razón de sus características femeninas y masculinas. Muchos de nuestros padres querían que coincidiésemos al máximo con su ideal masculino o femenino, lo que provocó en algunos de nosotros serios problemas de identidad. Y aun así, llegados a la edad adulta muchos de nosotros hacemos lo mismo con la pareja, con los hijos, con todo el que se preste, prisioneros todavía de unos parámetros obsoletos y atentando contra la libertad de las personas. Si aceptamos a los hijos como son, sin imponerles condiciones ni ejemplos a los que han de parecerse, aparte de fomentar más su seguridad personal y la conciencia de su propia valía, estaremos contribuyendo al éxito en sus relaciones humanas, porque aprenderán a su vez a respetar a las personas tal como son. Tal vez deberíamos empezar por ahí. Sin esta base, la lucha por la igualdad se alargará innecesariamente.

Marita Osés
Coach personal
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