22.6.17

Mensaje a los suscriptores de Atrevetecaminadisfruta

Como veis por el título, esto no es un post más. Es un mensaje que escribo a raíz de darme cuenta de que algunos de vosotros me habéis enviado vuestros comentarios, haciendo un "responder"al email que os llega cuando cuelgo un post en el blog Atrévetecaminadisfruta. Esa dirección de correo es solo de envío, no de recepción, por lo tanto lo que escribáis como respuesta no me llega nunca.
Así pues, mis disculpas a los que enviasteis algún comentario y no recibisteis ninguna señal por mi parte. Nunca me llegó.
Me encanta leer la reacción a mis reflexiones, y me ayuda un montón, por lo que os ruego que si queréis enviar algún comentario lo hagáis a mi correo (mos@mentor.es), a fb o los escribáis en la casilla de comentarios que aparece debajo del post en mi blog.
Gracias por estar ahí y leerme. Sin vosotros, todo esto no tiene ningún sentido.

Un abrazo
Marita

5.6.17

¿Cómo vas a valorarte si ni siquiera te ves?





Veo, veo… ¿Qué ves?

Lo que veo, todo saca un 10.

¿Y tú, te ves?

¿Quién, yo? No sé dónde tengo la cabeza ni por donde van mis pies.




Ahora en serio. ¿Te ves? No sólo en el espejo, que también. ¿Tienes claro quién eres? Tu perfil, tu huella, tu hacer, tu talento, tu forma de materializarte. ¿Sabes de qué manera incides en el mundo y en las personas? ¿Sabes cómo te relacionas contigo?¿O eres testigo de todo y de todos menos de ti?

Si solo miro hacia afuera, soy observador de las vidas de otros y a veces me pierdo en ellas hasta olvidarme de mí. Si alguna vez me miro, suele ser para compararme y quedar deslumbrada con los talentos, los éxitos y los resultados de los que me rodean. Mi ego entonces se lamenta, o peor aún, se avergüenza, de las cualidades que no tengo, los objetivos que no he conseguido o los fracasos que he cosechado. Así, voy construyendo una imagen distorsionada de mí. Tomo solo conciencia de mis carencias y errores y dejo de registrar lo que sí he hecho, porque lo doy por sentado. Y al final lo olvido. No cuenta. No existe. ¿Cómo vas a tomar consciencia de que existes si no registras las señales que te lo demuestran? Te has acostumbrado a distraerte de ti mirando la vida de los otros y saltas de sus logros a tus carencias. Estas comprando así todos los números para llegar a la conclusión de que no vales. O no eres suficiente. No te valoras, en primer lugar, porque ni siquiera te ves.

Por paradójico que parezca, para vernos de verdad hay que cerrar los ojos. Sentirse. Tomar conciencia. Ir más allá de lo visible, para percibir nuestra parte invisible.

Para “verme” he de tomar nota de lo que soy y hago a lo largo del día. Me refiero, literalmente, a escribirlo en un papel. Al final de la semana, lees todo lo que has escrito: “He sido comprensiva con mi madre”. “Eficiente en el despacho, generosa con mi hijo, innovadora en la cocina.” “Simpática con el taxista.”“Asertiva con un energúmeno y como yo me he colocado, lo he puesto en su lugar”. “Colaboradora con el equipo…”, y entonces puedes construir tu imagen a partir de la realidad concreta, no de los juicios dictados por tu ego o por los que te rodean. Cada día despliegas montones de matices de lo que eres sin apenas enterarte porque lo haces inconscientemente. Ya va siendo hora de que lo registres si quieres saber quién eres. Y luego está, todo lo que haces: en este apartado, no se trata solo de anotar el cumplimiento de tus obligaciones, o responsabilidades. También el de tus deseos. Puesto que los deseos nos definen, apuntar qué he hecho por mí al cabo del día me sirve para recordarme quién soy. De lo contrario, solo existo en función de los demás.

En uno de sus artículos José Antonio Marina nos recuerda que el bebé sólo necesita una cosa: bienestar (comida, bebida, calor, protección). Pero cuando llega más o menos a los dos años, pronuncia las palabras que nos revelan su verdadera naturaleza. Le dice a su madre: “¡Mamá, mira lo que hago!” No pide nada material. Le pide atención y reconocimiento. Necesita sentirse orgulloso de algo. Los adultos lo seguimos necesitando.  Así que en nuestra lista, aparte de las cosas que nos den puro bienestar, podríamos anotar aquello que al hacerlo nos hace sentir bien porque nos genera un sentimiento de orgullo, de logro, de avance o de contribución.

Si no te ves, acabas borrándote del mapa sin darte cuenta y vives pendiente de cómo te ven los de afuera. Dependes de la mirada ajena y por lo tanto eres susceptible de ser manipulado por ella. El otro te devuelve una imagen condicionada por sus necesidades y expectativas y por su escala de valores. Si tú no consigues verte de otra manera, te quedarás con esa idea distorsionada de ti, que tiene que ver mucho más con la persona que la ha elaborado que contigo.

Las primeras personas que me hacen de espejo son mis padres (y aquellas que se ocuparon de mí durante la infancia). Los adultos proyectan en los niños sus frustraciones, sus expectativas y su manera de amar. Nos etiquetan por partida doble: nos dicen cómo creen que somos –desde sus filtros- y cómo tenemos que ser. Y muchas veces nos perdemos queriendo ser fieles a esa etiqueta. Eso que nos han inculcado que seamos es el principal obstáculo para reconocer lo que realmente somos. Es decir, la idea de mí que complacería a mis padres es el principal obstáculo que se interpone entre yo y mi esencia. Puesto que dependo del amor y el reconocimiento de ellos para sobrevivir, siento la necesidad de ser fiel a esa imagen hasta que se adueña de mí y me dicta mentalmente cómo tengo que comportarme. Cada vez que le hago caso y no me siento identificada con esa conducta que he manifestado, estoy siendo el personaje que inventé para conseguir la aprobación de los míos y para sobrevivir en el ambiente que me tocó crecer. Estoy siendo fiel a la imagen creada por otros en lugar de ser fiel a mi esencia. Y por lo tanto, me voy desconectando de ella. Cuanto más me alejo de mi esencia más me desconecto de mi energía vital.

En muchas ocasiones, lo que se interpone entre ti y tú misma para que no te veas son las preocupaciones, problemas, obligaciones…. En lugar de sentir que soy más de lo que me está pasando, me identifico con ello, y mi vida entera es esa inquietud, ese problema, ese deber por cumplir. Mi persona acaba desapareciendo, disuelta en supuesta la gravedad de lo que ocurre. Esa identificación es una forma de huir de mí, de no querer verme, de ignorar mi responsabilidad más elemental que es hacerme cargo de mí misma sin esperar a que nadie más lo haga. Cuando tomo las riendas de mi vida, veo al cochero, veo al carruaje, veo a los caballos. El dueño del carruaje no se ve, porque va dentro, pero sé sin lugar a dudas que soy yo.

Marita Osés

mos@mentor.es


Junio 2017