31.5.21

Cuando la necesidad de afecto se disfraza de entrega




¿Sueles renunciar de manera automática a lo que tenías pensado para hacer lo que supones  que va a complacer a otra persona?  






Si llevas toda la vida haciéndolo, es posible que ni siquiera seas consciente de renunciar a nada, porque ni tan solo te habrás tomado el tiempo para averiguar lo que deseabas de verdad. Si no te paras nunca a sondear lo que quieres, acabas olvidándote de quien eres. 

Me hizo pensar en esto una abuela muy devota de su familia, que guisa a diario para su hijo y sus nietos, cuando me contaba que aquel día había hecho cinco comidas distintas.

“Porque a este no le gusta esto, y a aquella no le gusta lo otro, pobrecitos, son tan majos...”

“¿No acabaste agotada?”, le pregunté.

“Si, pero total, no cuesta nada…

“No cuesta nada”, significa que ni tan solo ha tenido que hacer el esfuerzo de luchar contra sus ganas de descansar, o de hacer otras cosas (en lugar de pasarse toda la mañana cocinando), porque ha anulado de entrada todo deseo o necesidad propia para poder dedicarse a satisfacer los ajenos. 
Como lleva tantos años sin conectar con los suyos, ya no tiene que enfrentarse al dilema entre lo que ella haría y lo que decide hacer finalmente. Ha ido disolviéndose poco a poco y ha olvidado qué quiere. Y con ello, ha dejado de saber quién es, porque ELLA ES solo EN FUNCIÓN DE lo que sus seres queridos reclaman. O mejor dicho, de lo que ella piensa que es bueno para ellos. Entregada a jornada completa a HACER por los otros, ha descuidado su SER, llegando a convencerse de que ha venido a este mundo para que los de su alrededor sean felices. 
Este es el gran engaño que nos hace sentir importantes: creer que tenemos en nuestras manos el estado de ánimo del vecino y validarnos a partir de eso. Lo cierto es que cada cual es dueño de su estado anímico, aunque nos guste pensar que somos decisivos en las alegrías o las penas de las personas que queremos. Ya puedes deslomarte para cambiar el humor de alguien que si esta persona no quiere dejar entrar la alegría en su corazón, de nada servirá lo que hagas. Es decir, que los de mi alrededor estén o no satisfechos depende en último término de ellos y es una ilusión de omnipotencia la que me lleva a pensar que depende de mí. 
 
Si creo que soy dueña del estado emocional de mi vecino, también le haré responsable del mío aplicando ese principio en sentido contrario.

Volviendo a nuestra abuela:

Creer que los miembros de su familia son felices gracias a ella puede darle una gran sensación de protagonismo, pero la distrae de ejercer su poder consigo misma. 

Seguramente llegará a conocerlos muy bien, pero a costa de no conocer quién es ella, distraída como está complaciéndoles. 

Esforzarme porque los demás estén contentos puede ser una forma de compensar mi des-contento personal. Si estoy tan pendiente de mi alrededor que dejo de mirar dentro de mí, evito abordar mis asignaturas pendientes. Y me siento la mar de bien, claro, cuando “consigo” “tenerlos a todos contentos”. Soy protagonista de sus vidas, pero a costa de descuidar la mía.


Si esta fuese la historia de una mujer en paz, feliz con lo que es y hace, diría que ha encontrado el propósito de su vida y lo celebraría con ella. Hay personas que descubren la plenitud que da el amor gratuito. Pero no es el caso. La solícita abuela con demasiada frecuencia siente una punzada de incomodidad en el pecho, un ahogo, una desazón. A veces le parece que no la tienen en cuenta, o que le demuestran menos afecto, comprensión o respeto del que esperaría. Y cada vez necesita más, aunque no lo sepa, porque de tanto tener en cuenta a todos, no se acuerda de sí misma. Puesto que le falta todo el afecto que ella misma no se da, cada vez hace más cosas por las personas que la rodean para que la quieran. Está convencida de que lo hace por ellas, pero el resultado último es ganarse su afecto. 

Nadie le ha dicho nunca que ella vale independientemente de lo que haga. Que su valor intrínseco está en su ser y que no tiene que ganarse su derecho a existir haciendo todo el día cosas orientadas a complacer. Cada vez que prioriza a otra persona y vuelve a colocarse en el último puesto de la fila, le está enviando a su cerebro el siguiente mensaje: “Tú no importas”. 

Cuando le dices a alguien repetidamente que no es importante, acaba poniendo en duda su valía y deseando desaparecer.


Cuando tengas en la punta de la lengua ese “no cuesta nada”, tal vez podrías pararte un minuto y ver cuál es el precio que pagas por hacer eso que no cuesta nada. 

Para saber si estás en el amor gratuito o no, puedes responder a las siguientes preguntas: 

  • ¿Cuál es mi grado de satisfacción conmigo misma? 
  • ¿Cuál es mi actitud predominante frente al otro? 
  • ¿Suelo estar cansada de mis relaciones, me quejo de que se aprovechan de mi buena fe? 
  • ¿Me parece que las personas son menos generosas de lo que yo soy con ellas? 
  • ¿Estoy reactiva y salto a la mínima? 
  • ¿Me siento muy dolida por detalles que reconozco que en realidad no tienen tanta importancia? 


… entonces ese es el precio que pagas. 

Es cierto que amar al otro nos da la máxima plenitud, porque estamos hechos de y para el amor. Pero si nuestra sensación está muy lejos de ser plena, es que esa entrega no es tan genuina como me creo o como parece. 


Puede ser una necesidad de afecto, disfrazada de entrega. La verdad es que la primera persona que necesita tu cariño eres tú. Tu amor hacia ti es imprescindible para poder entregarte sinceramente a los demás. Por eso, antes de empezar el día, piensa en algo que “no te cueste nada” hacer por ti. Y hazlo.



Marita Osés
mos@mentor.es
10 julio 2017

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