19.9.17

CALLAR(se) PARA CONOCER(se)


Hemos oído muchas veces: “Dime lo que haces y te diré quién eres.“
Depende. 

Podemos pasarnos la vida desempeñando un rol sin ser conscientes de ello. Representando a alguien que tiene que ver más con lo que se esperaba de nosotros que con la forma en que nuestra esencia habría querido plasmarse.

Hace ya varios años que empiezo mis vacaciones con un retiro de silencio. Una semana para que reposen todas las vivencias del curso y para que, una vez acallado el ruido de lo aparente, lo esencial encuentre su espacio. Entonces recuerdo quien soy, más allá de lo que hago.

¿Quién soy?, la pregunta del millón. Y una muy adecuada para inaugurar el mes de septiembre con el reto de descubrirlo a lo largo del año, o de seguir ampliando lo que ya he descubierto en etapas anteriores.

Cada vez que me siento a meditar, me digo que no tengo nada que conseguir, porque así voy a ello sin expectativas, sin objetivos, con el único propósito de que la meditación surja en mí, al igual que surge la respiración sin que yo tenga que ordenar a mis pulmones: inspirad, exhalad. Con el tiempo, tengo que reconocer que ha servido para des-identificarme con todo lo que no soy (aunque llevase años creyéndome que era esa) y vislumbrar mi verdadera identidad. Al pasar de un estado mental (en el que dominan mis pensamientos) a un estado de presencia (en el que solo hay atención/contemplación) conecto con algo nuevo. Algo que en el frenesí o en la rutina del día a día se me escapa. En ese momento, meditar pasa a ser simplemente descansar en la pura experiencia de ser (Ken Wilber). No es que yo medite, sino que, por decirlo de alguna manera, algo medita en mí, se me regala, igual que algo respira en mi sin que, las más veces, yo sea consciente de ello. Resulta que “eso” que me parece nuevo, ya estaba dentro cuando nací, pero yo no había reparado en ello. “Eso” que soy no hace ningún esfuerzo, y sin embargo se entera de todo.

Una de las prácticas meditativas que más me ayudó este verano a dar este salto es la llamada rueda de la conciencia porque facilita esa desidentificación. Es decir, permite reconocer que no eres lo que piensas, ni lo que sientes, ni lo que te ocurre, ni el yo con el que tu mente se ha identificado. Consiste en imaginar que eres una rueda de bicicleta: un eje central y una llanta. En la llanta están tus cinco sentidos que introducen en tu mente el mundo exterior. Están también tu cuerpo, tus pensamientos, tus emociones y tu realidad externa. La llanta se mueve continuamente, pero tú estás en el centro, y te limitas a observar todo lo que hay y lo que ocurre en la llanta, pero no te identificas con nada de eso. Toda la práctica está encaminada a mantener la distancia con la llanta de manera que en algún momento experimentas: no soy mis pensamientos, no soy mis emociones o sentimientos, no soy mi cuerpo, no soy lo que hago. Se trata de volver una y otra vez  al centro de la rueda, al testigo que observa todo eso sin juzgarlo, para caer en la cuenta finalmente de que tú eres ese testigo, esa consciencia.

No negaré un cierto vértigo, un punto de ansiedad cuando constatas que no eres quien creías ser, pero eso ocurre cuando te sales del centro. En el centro, solo hay tranquilidad y sosiego. Descanso.

En las sesiones de coaching muchas personas manifiestan estar hartas de sí mismas, enfadadas, aburridas o decepcionadas. La buena noticia es que no es de sí mismas de quien están cansadas, sino de su personaje: Ese ser con el que se han identificado y que ha acabado por ahogar a su esencia hasta el punto de que ya ni la recuerdan. Es el primer paso para descubrir quiénes son en realidad. El segundo es atreverse a obrar en consecuencia, soltando las inercias que las han mantenido alejadas de su verdadera identidad. En el silencio también desenmascaras esas inercias y después eres capaz de actuar de otra forma en tu día a día.

Marita Osés



Septiembre 2017

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