28.12.17

Romper el molde mental para descubrir lo real



Me ha sucedido con cierta frecuencia: La descripción que me facilitan los padres de un hijo o hija que creen que necesita ayuda no suele coincidir con el ser que yo descubro después cuando iniciamos el proceso de coaching. Y no es que me cuenten mentiras. Todo lo que me explican es cierto, pues el/la joven me lo confirman durante las sesiones. Pero a lo largo de ellas, tengo acceso a una parte de los hijos que los padres no conocen. Los propios jóvenes se sorprenden de sí mismos. ¿Cuál es el secreto? Que yo no he vivido esas historias. Que mi cerebro está limpio de condicionamientos, de expectativas y de prejuicios, y sobre todo de dolor. Y por ello está abierto a percibir cualquier cosa encaje o no en el relato que me hacen de su situación. Padres e hijos están tan condicionados por el sufrimiento que les han acarreado las dificultades académicas, sociales, de salud o de otro tipo durante años que se han quedado con la foto fija derivada de esa historia. Son experiencias muy dolorosas que merman las fuerzas y la confianza de unos y otros y van aumentando la preocupación de los adultos frente al futuro de los jóvenes. En el intento lógico de evitar malos momentos al niño/a le “solucionaron” la vida más de una vez, como para compensar los malos ratos que le tocó vivir. En realidad, lo que necesitan estos jóvenes para alimentar su baja autoestima es realizar algo de lo que sentirse orgullosos y que les haga sentir: Yo puedo o bien, Soy suficiente. Necesitan atreverse a ser como son, descubrir que no son como creían, y experimentar satisfacción por ello. Empezar a ser quienes han venido a ser a este mundo, libres de las etiquetas que les han endilgado. En lugar de eso, lo que suelen hacer al final del día es un recuento de los intentos fallidos o de los errores que han cometido…que sus padres intentan suavizar cuando pueden, en su ánimo de paliar la frustración de sus hijos.

Conclusión: Unos y otros se convencen cada vez más de las limitaciones del joven porque ambos tienen puesto el foco en ellas. Puede que sean ciertas, pero no son toda la verdad. Cuando completamos el cuadro con todo lo positivo que hemos ido descubriendo en las sesiones, la persona se siente más válida. ES más válida de lo que nunca había creído. Lo que ocurría es que la etiqueta “soy limitado”, “soy raro”, “no doy la talla” no le permitía ver que, más allá de sus dificultades personales, hay una esencia única que le hace ser quien es, que le hace valioso. Es más, la persona descubre, que precisamente gracias a esas dificultades que ha tenido que superar, cuenta con una reserva de recursos de resiliencia, fortaleza, valentía y sabiduría que sus compañeros más “normales” [1] no tienen. Me encuentro con seres de una sensibilidad exquisita, lúcidos, sinceros, intuitivos, con un fuerte sentido de la justicia, y compasivos a pesar de las tremendas heridas que llevan todavía sin cerrar (bastantes han padecido acoso escolar).

Ya sabemos que el cerebro busca o capta lo que ya sabe (o lo que piensa que sabe). Hasta que la realidad no coincide con lo que hay en su mente, no encuentra nada más. Así pues, cuando creemos que algo no existe, no lo vemos. Pero la esperanza está siempre mucho más allá de la idea mental que nos hemos hecho del otro, tan condicionada por el pasado que hemos vivido con esta persona. Esa idea contamina el presente. Lo mental y lo real no tienen nada que ver. La realidad es mucho más amplia, rica, y preñada de posibilidades que lo que nuestro cerebro es capaz de percibir.  Contrariamente a lo que nos enseñaron (“Pienso, luego existo”) , lo real solo se percibe con el corazón. Lo que pienso del que tengo delante (y lo que pienso de mí) es una invención. Por eso es importante tener fe en el otro (aun en contra de lo que me dicta mi cerebro): porque te invita a buscar donde parece que no hay. Porque te hace receptivo a aspectos propios y ajenos que tus condicionantes y tus miedos no te permiten ver. Los hijos suelen verse con los ojos de los padres y se frustran cuando los padres no ven sus avances porque se han quedado en una foto fija del pasado. Su evolución entonces se hace más difícil porque los padres –atenazados por el miedo y la preocupación- no son capaces de percibirla. Esto ocurre igualmente con las parejas, los amigos, los hermanos: Muchas veces la persona evoluciona y los de su alrededor se quedan anclados en la idea que tenían de ellos.

Por eso es bueno en esta época de buenos propósitos abrir el foco para percibir aspectos positivos, luminosos, amorosos de los seres que nos rodean, que todavía no hemos descubierto, seguramente porque contradirían la idea que mi cerebro se ha forjado. Están ahí, deseosos de nacer. En esta Navidad, no dejes que tu visión estrecha limite tu crecimiento y el de los demás. Permitamos que nazca nuestra luz, más allá de todas nuestras sombras.

¡Feliz encuentro con nuestra verdad más amplia en 2018!

Diciembre 2017

Marita Osés








[1] (Que alguien me diga, por favor, qué es ser “normal”. Según cuál sea la definición, ¿no es preferible no serlo?)